Josep Maria Antentas
A pocos meses de las elecciones generales, y en vísperas de las
catalanas del próximo 27 de Setiembre, las tribulaciones estratégicas
recorren Podemos y las fuerzas del cambio político y social. Tras un año
de sobre-exitación demoscopico-electoral, al final de la escapada
parece que el bipartidismo resiste mejor de lo esperado, sacando
energías de donde apenas no quedaban.
Desde hace semanas todas las encuestas reflejan una tendencia
electoral a la baja para Podemos. El circulo vicioso de la lógica
electoral gira implacablemente. Si se instala cada vez más la idea de
que el PP volverá a ganar ello tendrá un efecto desmovilizador en
cadena, y si se reconfirma la percepción que el PSOE es el voto útil
contra el PP, ello acarreará consecuencias letales para Podemos. El
partido de Pablo Iglesias está en un momento delicado, moviéndose en el
umbral de lo que puede ser un resultado que condicione de forma decisiva
la política española o de un resultado que condene a Podemos a ser una
fuerza de oposición importante pero sin potencial desestabilizador.
Debido al sistema electoral, una ligera variación del porcentaje supone
una diferencia abismal en escaños. La que puede certificar el estallido
del bipartidismo o su renqueante supervivencia a pesar de todo. De
nuevo, tan lejos y tan cerca.
Estamos en un momento decisivo en el que caben dos opciones:
resignarse a que las elecciones generales acaben siendo un anti-climax a
modo de decepcionante desenlace provisional de la dinámica abierta tras
las elecciones europeas del 25 de Mayo de 2014. O bien, mover ficha, y
buscar un revulsivo. Dos debates entrecruzados sobrevuelan la zozobra
del momento. ¿Como construir la “unidad popular”? ¿Y como enfrentar al
poder financiero doméstico e internacional a la luz de lo acontecido en
Grecia?
Unidades populares y tribulaciones estratégicas
¿Qué es la tan manida “unidad popular”? Concepto casi atrápalotodo,
corre riesgo de ser fetitchizado. Ambos términos de la expresión se
prestan a todas las mistificaciones imaginables. Y a todos los
doctrinarismos prescriptivos concebibles. En los debates actuales, la
“unidad popular” se conjuga de tres formas: la primera, como una
expresión retórica de construcción autoreferencial entorno a sí mismo,
pero abriendo las listas electorales a independientes, como hacen las
CUP en Catalunya. La segunda, como una alianza de aparatos políticos por
arriba, como pregona IU, y como se ha construido Catalunya Sí que es Pot.
Ambas opciones son abrazadas por Podemos, que bascula hacia una u otra
en función del contexto y el lugar. La tercera, implica la voluntad de
crear un movimiento popular participativo y plural, en el que en la
tensión entre lógicas de aparato y confluencia por abajo se deslice
hacia la segunda, y en la que los aparatos políticos se pongan al
servicio de la creación de un movimiento abierto.
En algunos casos la elaboración de listas mediante primarias
democráticas ha sido la vía para movilizar la participación por abajo,
aunque con una lógica competitiva, como fue en Ahora Madrid. En otros,
el procedimiento de elaboración de la lista no era el pivote del
proyecto, que giraba entorno a la firme orientación y vocación
movimentista del equipo impulsor de la iniciativa, decidido a construir
un verdadero movimiento popular-ciudadano, como fue el caso de Barcelona
en Comú. No hay un modelo acabado de como proceder, ni un ejemplo
generalizable a replicar. Pero sí hay experiencias que apuntan, desde su
diversidad, en esta dirección. Éste es el espíritu de Barcelona en
Comú, de las Mareas Atlánticas, de las propuestas del Procés
Constituent.
Pero el debate de la “unidad popular” no sólo abarca los procesos
para conformarla, sino sus objetivos estratégicos y su concepción de lo
que es “ganar” y de como se cambia la sociedad. Ni electoralismos
superficiales, ni resistencialismos sin perspectiva, la articulación
dialéctica entre movilización-autoorganización-trabajo electoral e
institucional es la clave. Entonces, “unidad popular” ¿para qué? Para
romper con el actual orden de cosas mediante la apertura de procesos
constituyentes nacionales retroalimentados pero no subordinados y la
aplicación de un plan anti-austeridad. “Procesos constituyentes” y “plan
contra la austeridad” son conceptos elásticos que pueden interpretarse
de formas diversas, pero en su conjunto designan un horizonte de ruptura
formulado con voluntad de agregación de mayorías políticas y que parte
de la necesidades reales y no de proclamas abstractas. Para conjurar las
decepciones del mañana, sin embargo, cada vez se va haciendo más
necesario, profundizar en las clarificaciones estratégicas y en la
precisión de las tareas y de los objetivos programáticos (que en ningún
modo pueden ser leídos como meras sugerencias de cumplimiento optativo
como desafortunadamente señaló la alcaldesa de Madrid Carmena) de los
gobiernos “populares”.
El rasgado espejo helénico
Las posibilidades de una ruptura con las políticas de austeridad en
el Estado español se reflejan estos días en el espejo griego. Un espejo
en las que brillan una imágenes del cambio menos nítidas e impolutas de
lo deseado. La situación griega desincha las ilusiones de cambio fácil y
placentero y desmonta el esquema simplista y linial construido tras la
eclosión de Podemos de: voto=victoria electoral rápida=cambio de
políticas. El camino es bastante más pedregoso. Y lo que está por venir.
Hay, sin embargo, dos lecturas posibles sobre la rendición de
Tsipras. La primera: no se pueden cambiar las cosas. La segunda: no
valen las medias tintas. Una conduce a la parálisis y al desánimo, la
otra fuerza a sacar conclusiones estratégicas imponderables. La crisis
de Syriza ha marcado la primera gran diferenciación interna del
movimiento contra la austeridad desde el estallido de la crisis. El fiasco Tsipras
pone encima de la mesa las inconsistencias de los enfoques
neoreformistas que buscan cuadrar un círculo imposible. No se puede
vencer a los hooligans de la austeridad sin despeinarse. Hay
momentos en que es necesario escoger. Si no, la realidad, o sea la Troika
y el poder financiero, escoge por ti. ¡Imposible acabar con el bulldozer de la austeridad sin ir a por todas y buscando ingenuamente el acuerdo con los mismos que la imponen!
Detrás de la lógica de Tsipras y de quienes la apoyan desde las filas
de la izquierda europea está la apelación al mal menor y a la
responsabilidad. No es posible la ruptura. Ella conduce al abismo. No
hay cambio estructural posible. Finales de partida, pues. En realidad,
ésta es la más irresponsable de todas las estrategias. No hay nada más
imprudente que levantar expectativas y no satisfacerlas por cobardía y
timidez, nada más insensato que esperar concesiones de la Troika si ésta
no hace frente a una amenaza de ruptura real. Para conseguir reformas
hay que jugar a la ruptura. Lo ha sido siempre a lo largo de la
historia, y más en los tiempos que corren. No tener un Plan B equivale
en realidad a no tener un Plan A.
La situación no admite medias tintas ni soluciones epidérmicas. La
radicalidad, en el sentido de ir a la raíz de los problemas, se antoja
hoy ineludible. El desafío de “intentar ser tan radical como la realidad misma”,
retomando la conocida expresión de Lenin, aparece ahora con una fuerza
inusitada. Sin embargo, estamos en un contexto complejo y
contradictorio. La repolitización contemporánea llega tras décadas de
despolitización. El reinicio de la auto-organización aún no puede
compensar la descomposición histórica de los instrumentos políticos y
sindicales tradicionales. El gran malestar social va de la par a un bajo
nivel de conciencia política, y la radicalización social está aún
confinada a un horizonte capitalista-consumista. Las expectativas de
cambios reales se ven mermadas por décadas de retrocesos y por la
ausencia de referencias alternativas concretas, y la efervescencia
social va paralela a bajos niveles de organización estable y a una
debilidad general de la izquierda. Todo ello favorece la cristalización
de alternativas políticas portadoras de proyectos de cambio superficial y
de estrategias inconsistentes cuando llega el momento de la verdad. De
ahí se derivan los impasses actuales.
Por ello el apoyo a Tsipras por parte de la dirección de Podemos es
un error estratégico revelador de un tacticismo cortoplacista sin
salida. Si el primer ministro griego gana las elecciones, ello puede
trasmitir la impresión ficticia que Podemos está con los ganadores. Pero
no nos engañemos. La posible victoria de Tsipras este 20 de setiembre
poco tendrá que ver con la del pasado 25 de enero. Es ya la de un
Tsipras sin otro proyecto que implementar la política de la Troika
(secundada por el poder financiero y económico griego). En realidad,
respaldar a Syriza ahora es una huida hacia adelante que asocia a
Podemos a un proyecto fallido y capitulador, que sólo ahondará los
atolladeros estratégicos ibéricos. Es difícil vender ilusión y esperanza
en el Estado español avalando a quien la ha enterrado en Grecia. Y no
lo es menos criticar los recortes de Rajoy o Mas y justificar los de
Tsipras.
Ante este escenario, no se trata ni de adaptarse a las claudicaciones
que instalan un ‘no se puede’ sin fin como horizonte estratégico y
vital, ni de contentarse con resistencialismos autoproclamatorios
estériles. Es la ahora de pelear por la mayoría, de ofrecer un camino
alternativo al no future de la austeridad grunge. Ello
implica articular radicalidad y espíritu de confluencia, voluntad de
ruptura y disposición a ensuciarse y a gestionar contradicciones. Sólo
los sectarios confunden radicalidad con aislamiento, caínismo, y
diferenciación programática permanente. Sólo los que tienen miedo a
afrontar seriamente la aventura de un cambio de modelo confunden
voluntad de mayoría, de unidad y de confluencia con la adaptación
política a los angostos márgenes de lo posible.
Cambiar el ritmo
La realidad se ha reflejado más compleja, tortuosa y material, y
menos esquemática, lineal, comunicativa y discursiva de lo teorizado por
la dirección de Podemos. La lucha política es más enrevesada de lo que
concibe la hipótesis populista, tanto en su variante laclauiana estricta
como en sus acepciones más genéricas. La agregación de mayorías
populares es menos evolutiva de lo pensado y el combate político es más
amplio que su dimensión comunicativa. La estrategia electoral por sí
sola se queda coja si no se inserta en la construcción de un movimiento
popular real y arraigado, y la política de partido sin política de
movimiento se queda rápido sin combustible.
La dirección de podemos vio la los límites de la fórmula Podemos el
pasado 24M, cuando sus resultados quedaron debajo del PSOE y por debajo
de las candidaturas municipales de confluencia. La propuesta de
presentarse a las generales ampliando la lista de Podemos a otros
colectivos con el esquema “Podemos-XXX” y buscando alianzas con ICV en
Catalunya, Compromís en el País Valencià, el MES en Baleares y las
Mareas en Galicia es, sin embargo, una solución demasiado parcial a un
problema más de fondo. Es una fórmula muy tímida para solucionar un
problema muy profundo: la imposibilidad de Podemos de ganar las
elecciones generales.
Es necesario una sacudida de más hondo calado. Un cambio de ritmo que
altere la tendencia la baja. No es hora de avanzar con piloto
automático, ni de actuar como un lento motor diesel, sino como un
explosivo coche de rallies. Ahora toca demostrar reflejos
rápidos. Todas las organizaciones envejecen y más en la época de lo
instantáneo y lo espurio, de la sociedad fast-food. Su proceso
de nacimiento, consolidación, y estructuración no es rectilinio ni
constante, e implica saber navegar en aguas turbulentas y a
contracorriente y más en un momento de crisis en las que “el tiempo está fuera de sus casillas”
recordando a Hamlet. Pensarse que uno va viento en popa “a la Kautsky”
(pero en versión acelerada y a cámara rápida) es el mayor de los errores
estratégicos. El mayor de los aventurismos. Es, pues, la hora de los
revulsivos, de actuar como verdadera “caja de velocidades” en
expresión de Daniel Bensaïd. De sacar nuevos jugadores en el terreno de
juego, y de cambiar el esquema y el ritmo del partido. Y ello pasa por
asumir la vía de la “unidad popular” y de la confluencia por abajo en la
estela de los éxitos municipales del pasado 24M, y no de los acuerdos
aparateros ni de las auto-proclamaciones afirmativas.
Pensar estratégicamente hoy requiere una mentalidad abierta para
comprender situaciones tan diferentes y en apariencia contradictorias
como la esperanza que representa Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, renacida
inopinadamente del corazón del vetusto partido laborista; como la
necesaria ruptura de Syriza y el apoyo de la Unidad Popular griega; o
como la lucha por confluencias y unidades populares participativas y por
abajo en el Estado español. Tras todos estos procesos diversos, que se
concretan en formas dispares (¡y disparatadas!), hay sin embargo que
trabar una bien firme voluntad de ruptura con un orden económico y
político insoportable que exige tanta innovación estratégica como
firmeza de principios e incorruptibilidad de voluntades.
Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) @jmantentas
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